AMAR no es lo que crees. Es lo que duele, lo que queda, lo que transforma
Hoy te cuento por qué cada letra de AMAR tiene nombre propio. Y cuerpo. Y herida.
Hay palabras que parecen universales, pero que en realidad solo cobran sentido cuando las vives desde dentro.
Una de ellas es AMAR.
No hablo del amor romántico, ni de frases para estampar en tazas.
Hablo de vínculos reales. De personas que te atraviesan.
De esas historias que, aunque terminen, se quedan a vivir en tu cuerpo.
Yo aprendí a amar con cuatro personas.
Y no porque saliera bien. Sino porque algo en mí se transformó para siempre.
A //
Mi amiga desde los tres años.
La que escucha con firmeza, la que me dice las cosas sin anestesia.
La que me enseñó que estar, de verdad, también es decir “así no”.
Acompañar con verdad.
M //
La historia que me dolió más de lo que esperaba.
El primer vínculo que confundí con amor, que me mostró la dependencia, el apego, el error.
Mirarse en el error.
A //
El amigo al que le escribí una carta de once páginas.
El que me obsesionó y me salvó a partes iguales.
El que hoy me llama cuando llora.
Amar sin poseer.
R //
El que me hizo tocar el abismo con dulzura.
El vínculo más sincero, más desnudo, más vulnerable.
El que aún duele, pero también me recuerda quién soy.
Reconocer la herida.
Con el tiempo, entendí que todo esto no solo era mi historia.
Era una metodología.
Una pedagogía emocional que no se puede aprender solo con teoría.
Se entrena, se habita, se pone en escena.
Así nació el taller AMAR — Anatomía del Vínculo.
Un espacio donde comunicar es también sentir.
Y sentir es también actuar con conciencia.
AMAR es un verbo con cuerpo.
Un mapa de vínculos que también puedes entrenar.
Algún día abriré inscripciones.
Pero hoy solo quería contártelo.
Porque sé que tú también tienes tus propias letras.
Tus propios nombres.
Gracias por leer.
Gracias por estar.
Gracias por AMAR.
“No vengas a actuar el amor. Ven a entrenar tus vínculos con el cuerpo en escena.”
