Barefoot en las despedidas
La distancia no siempre es ausencia.
La distancia no siempre significa vacío. A veces es solo proxémica: un metro, un andén, una mudanza. El vínculo sigue ahí aunque el cuerpo se aleje.
Hace poco presencié una escena:
Una madre lloraba porque su hijo se marchaba a Madrid. Se iba a estudiar guardia forestal. Económicamente, ella lo seguía amparando. Pero lo que dolía no eran las facturas. Lo que dolía era el nido vacío.
Esas lágrimas tocaron algo en mí. Me recordaron a mi abuela, que despedía a su hija sabiendo que solo se verían una vez al año.
La emoción viaja en el cuerpo como un eco que no caduca.
A mi lado, sentada en el asiento del tren, una celadora me contó que su hijo también se iba de casa. Lo curioso es que me lo dijo entre risas:
“Lo peor no es que se vaya… es que no sabe ni poner una lavadora”
Y pensé:
Las despedidas siempre traen fragilidad, pero también humor. Porque crecer nunca viene con manual de instrucciones.
Los proyectos se parecen mucho a eso. No se corren, se caminan.
Lo saben los que emprenden.
Lo saben los que crean.
Aprovechar el proceso es más fértil que llegar el primero.
Al final, ponerse en los zapatos del otro significa descubrir que, a veces, esos zapatos son barefoot. Sin suela. Sin protecciones. El pie desnudo contra el suelo.
La vida duele más así, sí.
Pero también se siente más.
¿Qué despedida recuerdas que te cambió? Respóndeme, me encantará leerte.
✍️
Gracias por llegar hasta aquí. Si lo que has leído te ha removido, compártelo con alguien que lo necesite.
📩Puedes escribirme respondiendo directamente a este correo —me leo todo.
🌐Más sobre mí en: alextersse.com
📸Instagram: @terssealex
basado en hechos reÁlex 🎭
